jueves, 7 de julio de 2011

La Princesa de Clèves

Terminé de leer 1984 y me quedé prácticamente aterrorizada y pensativa. Inmediatamente después, volví a caer el la burbuja que la literatura ofrece a todos los que buscan consuelo y escapatoria del mundo real. Leí una obra llamada La Princesa de Clèves, de Madame de LaFayette, condesa, quien escribió sobre su tiempo y sobre los valores que, seguramente, ella y su época consideraron importantes, aunque quizá bajo situaciones que asombraron, no menos que ahora.
Una vez que la princesa descubre lo peligroso de sentir pasión por un hombre que no es su esposo, la protagonista se impone a ella misma una lucha titánica por arrancar de sí ese sentimiento que ella considera indigno. Y entonces, se vuelve sorprendente que, como lector, uno se encuentra en pleno reconocimiento de cuanto siente ella, de la intensidad de sus emociones, la tormenta que se manifiesta en el alma de la princesa cada vez que ve al duque de Nemours. No hay que sentirse identificado con la protagonista para entenderla, solamente hay que tener empatía con ella.
Pero además, lo que más resalta de la obra, es precisamente la restricción moral y ética que la princesa se impone a ella misma para impedir, sin éxito, que su amor por el señor de Nemours avance. En la época del amor cortés, en la que aún se escuchaban con apasionamiento las historias provenientes de la novela de caballería y de las distintas cortes europeas, en las que el matrimonio y el amor no eran requisitos uno del otro, y en las que era "normal" sentir amor, o más bien, apasionamiento por alguien que no era la propia pareja, la princesa reconoce que amar a alguien que no es su esposo está mal. Y más, cuando su marido le ha ofrecido siempre su amor, su ternura y su bondad a manos llenas, pues entonces la culpa por respetar, pero no amar a un hombre así es la que termina el drama de manera quizá insatisfactoria para los seguidores de los finales felices, pero no para los que esperamos finales congruentes con el resto de la obra, y que sean capaces de sorprender, no por un giro inexplicable o inesperado, sino por ofrecer un vuelta a lo que las historias amorosas por lo general ofrecen.
No hay cuento de hadas en la historia de la Princesa de Clèves, y esto es un respiro amable, aunque triste y desventurado, en el que el amor no tuve, en realidad, nada que perder.

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