miércoles, 27 de julio de 2011

El Agujero del Infierno

De entre todos los autores del finales del siglo XIX y principios del XX que se dedicaron a la novela de terror, el más reconocido es, por supuesto, Lovecraft, quien logró dar un nuevo giro al terror sobrenatural al ir mucho más allá del hombre lobo, el vampiro o los fantasmas. Así, gracias a él, la literatura de terror tomó otro giro, del cual autores como Stephen King son deudores.
Y existe, claro, toda una línea de autores que han hecho creaciones grandiosas en torno a este tipo de terror en donde los monstruos no tienen una forma física que nosotros, en nuestro sistema planetario, pudiéramos identificar.
De este tipo es la obra El Agujero del Infierno de Adrian Ross, quien en realidad, no se llama así, sino Arthur Reed Ropes. El haber escrito una novela de esta calidad, en un periodo que no es el correspondiente a las novelas góticas o de terror más prestigiosas, es en verdad una gran y agradable sorpresa. Se trata de una novela sin rebuscamientos ni sin giros extraños, al contrario, es el avance y la concreción de una trama que anuncia, pero no adelanta, un final congruente con el resto de la acción y que al mismo tiempo, es capaz de sorprender por su intensidad y por la sensación de oscuridad que deja conforme avanza.
La obra se desarrolla en la Inglaterra que se debate entre los puritanos, los católicos y demás grupos religiosos que manipularon al país durante los siglos posteriores al cisma provocado por Enrique VIII. Todo sucede en Deeping Hold, un viejo castillo de glorias pasadas, enclavado en un peñasco a la orilla de unas peligrosas marismas de las que ocasionalmente se regurgita un asqueroso olor y una todavía más horrible amenaza.
Mientras la trama transcurre, cada vez se vuelve más tenso el clima de la obra, lo que concuerda a la perfección con el estado de ánimo de los personajes, con la velocidad con la que van desapareciendo y con la forma en que se manifiesta el terror que vive en las profundidades de las marismas, en medio de las cuales se vislumbra un hoyo negro del que, al parecer, suele surgir el peor de los miedos.
Esta obra y el terror al que se refiere está hecha al estilo de las novelas de Hodgson, donde no se trata de un monstruo gótico el que asola a una región, ni tampoco de maldiciones relacionadas con fantasmas. Es decir, sí hay una maldición de trasfondo, pero ésta está relacionada con el ser horripilante que vive en el agujero de las marismas, el cual solamente deja ver sus tentáculos de vez en cuando y que al final de la obra, en medio de una tormenta terrible, al mejor estilo de cualquier narrador gótico de prestigio, se deja percibir, que no ver, indefinible, apestosa, enorme e infernal.
No es, en realidad, difícil resumir la obra, pues esto se puede hacer leyendo los versos que sobre la maldición encuentra el protagonista y narrador de la historia, en su biblioteca familia, versos que le eran recitados desde niño por su niñera y que dicen:
"Cuando el Señor de Deeping Hold
al Maligno haya vendido su alma,
y haya despertado lo que reina
en las tinieblas del Infierno,
lo que reina bajo el Agujero
vendrà y le robará el cuerpo y el alma".
Y en efecto, el Señor de Deping Hold se consigue como amante a una italiana que conoce extraños y malignos conjuros con los que casi asesina y scrifica a Rosamund, la honrada prima de la desaparecida y difunta, antigua y original señora de Deeping Hold, de quien se sospecha fue sesinada por su marido.
No se explica, y no hace falta, decir cuáles son los tratos del Señor de Deeping hold con esta mujer y los poderes malignos que ella posee, pero se puede asegurar que todo lo que este hombre hace predispone al lector contra él, de forma que no es difícil entender porqué la maldición lo ha perseguido, y de hecho, al llegar el final, uno casi se alegra por el final que le ha tocado.

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