martes, 6 de diciembre de 2011

El Príncipe de la Niebla

Esencialmente concebida como literatura para adolescentes, esta novela de Carlos Ruiz Zafón posee el encanto de la tradición sobrenatural de autores como William Hope Hodgson, o incluso, de Adrian Ross, con sus referencias a un ser sobrenatural proveniente de quién sabe dónde, que puede dominar los elementos a su antojo y que incluso, es capaz de conceder deseos. Es un relato que se mantiene en la tradición de la terrible historia del Dr. Fausto, donde la petición del deseo viene acompañada de una deuda terrible de pagar.
Claro que esta novela no es una obra maestra del gótico, pues no es esa su intención. Pero sí se nota como una gran deudora de novelas de terror anteriores, algunas de ellas, claro que sí, góticas, como las de los autores mencionados y claro, de la tradición del mismísimo Lovecraft. Y claro, porqué no, de personajes afamados en la contemporaneidad como Stephen King, pues no es posible pensar en el terror que provoca una cara de payaso con colmillos y mirada aterradora, sin tener en la memoria el recuerdo de IT y su alusión a los miedos que muchos de nosotros inexplicablemente sentimos de niños, y que ahora de adultos, nos pueden provocar risa, inquietud o temor aún.
En efecto, la novela de Ruiz Zafón trae a su propio payaso horripilante, tanto más cuanto resulta ser un espectro que no desaparecerá tras la defensa física del perseguido, sino que es capaz de colarse como una nube de niebla por los resquicios de una choza. El Dr. Caín, en el papel de adversario en la novela, "ahora era un payaso que actuaba con el rostro pintado de blanco y rojo, aunque sus ojos de color cambiante delatarían su identidad incluso tras docenas de capas de maquillaje".
El relato tiene también a su propio gato malvado, un animal de considerable tamaño, perverso, un acompañante y anunciador fiel de su maléfico amo, que, al modo del gato de las brujas medievales, acompaña al malvado antagonista.
También hay convenientes tormentas en la playa, donde, todo mundo que haya visto una lo sabe, las tormentas parecen más terribles en cuanto que vienen acompañadas por el estruendo del mar; tormentas veraniegas, bajo las cuales, un enorme barco vuelve a la superficie, para dar escenario a la catástrofe final.
Y el elemento más encantador de todos, es el parque de estatuas, todas acomodadas de forma que se ubican en forma de estrella de seis picos. ¿Por qué una estrella y por qué de seis picos? qué más da, si en la tradición demonológica, una estrella de cinco picos representa a Satanás o a cualquiera de sus seudónimos. Repito, qué importa si es de cinco o de seis, para evitar la alusión tan directa ¿o no?
Pero entre tanto, ese parque de estatuas cobijadas por la niebla, esas estatuas que de tanto en tanto se mueven e incluso se bajan de sus pedestales sin que nadie las vea, y la estatua central del payaso, que, ya se ha visto quién es, en la parte en que éste abre la mano cuando se cree que es sólo una estatua inerme, estas son partes de la obra que le brindan a la novela una atmósfera sin igual.