viernes, 4 de diciembre de 2009

Barroco es todo

El barroco de los siglos XVI, XVII y XVIII fue una manifestación cultural que se elaboró a sí misma y se reinventó muchas veces durante los tres siglos que abarcó, dependiendo del lugar donde se manifestó y de las circunstancias religiosas, políticas, sociales y artísticas que la caracterizaron. Fue, más que una corriente artística o literaria, un modo de vivir, de entender el universo y un cosmovisión muy compleja y totalizante.
El barroco fue explosivo, cada siglo lo vivió con intensidad y con sus propias peculiaridades. No es lo mismo el barroco del siglo XVI, que el de los dos siglos que le siguieron. El del siglo XVI se asomó con cierta timidez, aunque, en comparación con otras corrientes de arte, literatura o pensamiento, esta timidez apareció cubierta de cierta exaltación. El barroco del siglo XVII fue exuberante, pletórico, colorido, aguerrido contra otros modos de vida e impactante. Y el del siglo XVIII, en su decadencia y morbilidad, tuvo en sus excesos el contrafuerte de lo que fue la cultura en siglos posteriores. Porque no se puede negar que el neoclasicismo que le siguió no tuvo la misma elegancia y sobriedad en sus formas que el que tuvo el clasicismo de los siglos XIV y XV. Más bien, se vió impactado sin remedio por la profusidad y los excesos del barroco.
Incluso el barroco de las tierras del norte de Europa, aunque fue diferente del barroco de países católicos, fue profundo y estricto en su puritanismo, en su evasión de la imagología, y aunque no tuvo la movilidad y energía del barroco de España y Latinoamérica, jamás fue rígido, más bien, se trató de un cosmovisión que, como un ser vivo, se adaptó a la forma de vivir de los habitantes de tierras más frías y sobrias, tales como los Países Bajos o Inglaterra y así, sen dejar de ser generoso en su exhibición, se prestó a moldearse para servir a los intereses del protestantismo y sus vertientes.
Pero así como el barroco vistió a la mitad de Occidente y la permeó hasta sus aspectos más íntimos, así perduró de cierta manera en los cánones, no de arte ni de literatura, sino de vida. Después de que los occidentales atravesaron por él, pareciera que no se resignaron a volver a vivir una vida de sobriedad. Después del barroco la añoranza del lujo y la profusión, aunque fueran decadentes, se aferó el el espíritu de los hombres, y hoy en día, se puede ver un mundo sumergido en la barroquicidad y una mórbida espera de que vuelvan los tiempos mejores en los cuales todo brillaba como la plata que Carpentier describe en su obra El Concierto Barroco.
Pero ya lo anunciaba y o reflexionaba Calabrese en su obra El Mundo Neobarroco. Vivimos aún en él y lo recreamos cada vez más, en sus angustias existenciales, en sus veraces o a veces dolosas inclinaciones hacia los aspectos más marginales de la fe (sea del credo que sea), en la profusión de imágenes y el nuevo culto que se les guarda.
Así, en efecto, somos neobarrocos. Pero si se mira hacia atrás, barroco ha sido siempre el hombre, pues en su inquietud constante y en sus preguntas eternas, nunca resueltas, late el sentido de la barroquicidad del espíritu, aquel aspecto que inclina al hombre a preguntarse si vive un sueño o vive la realidad. O más bien, ya se anunciaba, desde siempre, la decadencia humana.

1 comentario:

  1. nunca había pensado en el barroco particularmente de ese modo, es una reflexión interesante también. y aunque es un poco deprimente, debo decir que estoy de acuerdo con que la decadencia humana ya lleva anunciándose desde hace tiempo,:(. aunque al mismo tiempo, mi caracter idealista me obliga a pensar que en algún momento las cosas tienen que mejorar y volver a un estilo de vida más "natural" y orgánico :). muy ñoño? o_O?

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