martes, 8 de septiembre de 2009

Un cuento: Una tarde para Rapunzel

Rapunzel esperaba todos los días en su balcón a que su príncipe llegara. Un día, en medio de la espera, Rapunzel observó su largo cabello y descubrió horrorizada que tenía orzuela. ¿Cómo iba a recibir así al príncipe? Y ni pensar en recortarlo, porque entonces el príncipe tendría que esforzarse mucho más en alcanzar la mata de pelo para subir. Así que la princesa rezó para que el príncipe no se diera cuenta. Y el príncipe por fín llegó. En efecto, no se dió cuenta de que Rapunzel tenía orzuela. Tampoco se fijó en el lindo vestido que traía, el cual ella elegía diariamente, con mucho cuidado y esmero.
Y tampoco se fijó en los detalles del cuarto de Rapunzel: velas aromáticas, flores y manualidades hechas por ella misma para pasar el tiempo de la espera. De hecho, el príncipe habló toda la tarde de los dragones a  los que había matado, de las batallas que había peleado, de los ogros que había derrotado, de los caballeros a los que había retado, y de muchas otras cosas más. Quedó de acuerdo con Rapunzel en que volvería por ella al día siguiente, con una escalera de mano para poder bajar del balcón con ella, pues por el momento, el único recurso para llegar al balcón de la torre era el cabello larguísimo de Rapunzel, y obviamente, ella no podía bajar por ahí. Así que el príncipe se fue.
A la mañana siguiente, muy temprano, Rapunzel se miró al espejo, miró la orzuela de su cabello y se quedó pensando un rato. La noche anterior había hecho una larga consulta con la almohada y ahora había tomado una decisión. Tomó unas tijeras y recortó su cabello. Pero no sólo quitó la orzuela. Se cortó el cabello hasta dejárselo a la cintura.
Por supuesto, esa tarde el príncipe no pudo trepar hasta la ventana de Rapunzel. Y ella ni siquiera se asomó al balcón. De hecho, ella pasó toda esa tarde mimándose, haciéndose un spa, leyendo, recortando recetas de belleza y viendo televisión.

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