viernes, 31 de julio de 2009

Virginia Wolf y Un Cuarto Propio

Virginia Woolf es una de las escritoras más reconocidas del siglo XX por ser una de las principales representantes del movimiento feminista. Nació en Londres y fue descubierta a partir de su ensayo Un cuarto propio, obra en la que expone las dificultades a las que se enfrenta una mujer que desea escribir y entrar al ámbito intelectual, en un mundo dominado por los hombres. A continuación, se presenta un resumen del texto, donde destaca la síntesis del pensamiento feminista de la autora.

La obra comienza en el Colegio de Fernham, cuando la autora intenta hilvanar sus pensamientos y genera una idea a la orilla de un lago, pero le es imposible, debido a una serie de interrupciones. Tampoco es recibida en la biblioteca, por su condición de mujer. Luego, se dirige al comedor, donde medita acerca de la frugalidad y sencillez de su comida, mientras la conversación se desvía a temas sin fin. Entre tanto, ella no deja de pensar en la construcción del Colegio donde se haya y se pregunta acerca de la fundación de éste. Piensa que para construir colegios masculinos, hubo mucho dinero de por medio, pero no para Fernham. Y aunque la cantidad conseguida fue buena, 30,000 libras, no habría lujos ni en la comida y mucho menos se podría pensar en tener cuartos propios.

A continuación, reflexiona acerca de porqué Fernham no contó en su fundación con 200,000 o 300,000 mil libras, pues de haber sido así, en vez de una conversación disparatada, se habría podido estar hablando de ciencias. Si la madre de Mary Seton, una de las fundadoras, no hubiera tenido 13 hijos, y hubiera dedicado su vida a ganar dinero y hubiera sabido ganar su propio dinero en vez de recurrir a reunirlo a base de caridad, tal vez. Pero aunque hubiera sabido ganar su dinero, era una época en la que el dinero de la esposa iba a parar a manos de su marido. Así, la escritora llega a la conclusión de que en un sexo hay riqueza, mientras que en el otro hay pobreza. En uno, seguridad y prosperidad, y en otro, pobreza e incertidumbre.

En el segundo capítulo, la autora indaga sobre el porque de la conclusión a la que ha llegado “¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué un sexo era tan adinerado, y tan pobre el otro? ¿Qué influencia ejerce la pobreza sobre la literatura?” (25) Acude al Museo Británico, ávida de respuestas, y encuentra un sinfín de obras publicadas con el tema de la mujer, convirtiéndola así en un “animal muy discutido”. Los hombres escriben todo tipo de libros sobre las mujeres, pero con alivio descubre que las mujeres no escriben sobre los hombres. Después de elegir una docena de libros, comienza a estudiarlos, escribiendo sus apuntes y notas en una libreta, hasta que esta queda ahogada de escritos y lo que se trasluce de ellos es la pregunta ¿Por qué son pobres las mujeres?

Todos los libros revisados le son inútiles, incluso uno de ellos titulado La Inferioridad mental, Moral y Física del Sexo Femenino, la hace enrojecer de ira. Pero se da cuenta de que el hombre que escribió este tratado en realidad parece estar enojado contra las mujeres por alguna razón. En realidad, se dice, todos los hombres parecen enojados, todos los hombres que tienen poder sobre los demás y sobre todo sobre las mujeres. Las mujeres son un espejo donde los hombres se miran a sí mismos dos veces agrandados. Por eso ellos tienen que hacer inferior a las mujeres, sin eso, ellos no serían superiores. Y por eso también les irrita la crítica femenina, pues si ela quiere decir la verdad, la imagen del espejo se encoge, su capacidad disminuye. En cambio, bajo la ilusión del poderío, el hombre trabaja, gobierna, hacen su día creyéndose y sintiéndose indispensables.

Con ironía, suspende sus reflexiones, dejándolas a las lectoras para cuando tengan quinientas libras al año. Y se alegra de haber recibido la herencia de una tía, que le concede una renta de 500 libras al año. Antes de eso, reflexiona, se ganaba la vida en trabajos pesados pero insignificantes. Pesados en la sensación de amargura que dejaban, insignificantes en el salario. Como por ejemplo, leyendo en voz alta a señoras viejas, haciendo flores artificiales, etc.

Así, tiene asegurados, al menos, alojamiento, ropa y comida y no tiene que odiar a ningún hombre porque ninguno de ellos le puede hacer daño así. Tampoco necesita adula a ninguno. Además, ellos pagan su poder a costa de traer siempre furia, instinto de posesión, codicia y guerra. Al ver esto, el miedo y la amargura de las mujeres se convierten en lástima y tolerancia.

No es posible decir quién es más necesario en una sociedad, si la niñera o el cargador de bultos. Dentro de unos años, piensa la autora, la niñera cargará bultos, las tenderas conducirán locomotoras y las mujeres dejarán de ser el sexo protegido.

En el capítulo tercero, la autora lamenta que las mujeres no hayan escrito tanta maravillosa literatura, cuando parece que casi todos los hombres parecen capaces de escribir canciones y sonetos.

Al revisar un texto, Historia de Inglaterra, de Trevelyan, observa que éste describe la posición de las mujeres en tiempo de Chaucer, como muy desafortunada: las mujeres eran golpeadas, maltratadas por sus esposos, teniendo éstos todo el derecho. No obstante, Trevelyan piensa que la mujer no deja por esto, de poseer mucho carácter y personalidad. De hecho, piensa la autora, si fuera sólo por la literatura, las mujeres serían imaginadas como monstruos de fuerza y hermosura, pero también como seres sórdidos y mezquinos.

Pero en realidad, las mujeres son muy raras: son golpeadas pero la poesía está repleta de ellas. Apenas sabía leer y era propiedad de su marido en la ida real, pero en la novela es la inspiradora de reyes y conquistadores: un gusano con alas de águila.

Y aunque la historia menciona a unas pocas, reinas o grandes damas, ellas no suelen escribir sobre sí mismas ni sus biografías, y apenas algunos datos quedan de ellas.

Luego, la autora imagina qué podía haberle pasado a una mujer que, en tiempos de Shakespeare, tuviera el genio de éste. Por ejemplo, su hermana. Pues hubiera pasado que, a diferencia de su hermano, ni siquiera la hubieran enseñado a leer. Si hubiera intentado abrir un libro, la habrían mandado a zurcir. Y al casarla, frente a las protestas de ella, sólo habría habido la oferta de recibir como obsequio de bodas una enagua y un collar de cuentas. Nunca hubiera podido representar en teatro, pues las mujeres no podían actuar.

Así, cada vez que uno lee sobre una bruja tirada al agua, una curandera vendiendo hierbas o de una poseída por los demonios, incluso en la madre de un hombre célebre, se está tras la pista de una posible novelista, de una Émily Brönté que no pudo ser. La palabra Anónimo que corona muchas obras de la historia, a falta de autor, debió tener como creadora precisamente a una mujer. Cualquier muchacha talentosa que hubiera intentado hacer uso de su talento, a lo largo de la historia, seguro acabó loca, muerta, o bruja, despreciada por todos. O hubiera parido su obra sacrificando su nombre, con la firma “Anónimo” o con un seudónimo, como George Sand.

Y pese a todas las dificultades que los hombres pudieran haber pasado para escribir sus obras, ninguna como las que seguramente pasaron las mujeres que deseaban hacer lo mismo. En primer lugar, dice la autora, la dificultad de tener un cuarto propio, salvo que los padres fueran muy ricos o nobilísimos, y eso, hasta apenas principios del siglo XIX. Pero de dinero, ni hablar. Aunadas a las dificultades materiales, las inmateriales eran peores: con una carcajada los hombres le dicen a las mujeres que quieren escribir: “¿Escribir? ¿Para qué?”.

Y si Shakespeare tuvo mucha fortaleza de ánimo para escribir, difícilmente en el siglo XVI se hubiera podido encontrar a una mujer en dicho estado de ánimo. Esto lo reflexiona la autora en el capítulo cuarto. De hecho, en 1661, Lady Winchilsea escribe airada sobre la posición de las mujeres, excluidas de todo adelanto y de la educación, molesta porque a lo único que las mujeres tienen derecho es a buenos modales, elegancia y baile y molesta también con lo que llama “el partido contrario” (50). La autora lamenta que una mente despejada como la de Lady Winchilsea haya sido empujada a escribir con enojo y amargura. Lo mismo encuentra en otra autora, Margarita de New Castle, cuya obra también se haya desfigurada por el rencor y la indignación. Y así muchas mujeres más. Hasta el siglo XVIII algunas cuantas mujeres comenzaron a escribir. Pero todas escribían novelas, quizá, piensa la autora, esto se deba a que debían escribir en cuartos comunes y además, eran interrumpidas frecuentemente, pues difícilmente contaban con media hora totalmente de ellas. Así, es más fácil escribir narrativa que poesía o drama. Se requiere menos concentración. ¿Qué hubiera sido de estas escritoras si hubieran contado con una renta anual y un cuarto propio?, se pregunta la autora.

Y actualmente, observa la autora en el capítulo quinto, hay tantos libros escritos por mujeres como por hombres. Y no sólo novelas, también drama, estética, arqueología. Y es que, al escribir, uno no debe pensar en su sexo, es decir, no es ya más “las mujeres y la novela”. Se escribe y ya, es más, alguna colaboración debe realizarse en la inteligencia entre hombres y mujeres para que la creación artística exista.

Para concluir la autora piensa: un poeta pobre tenía también dificultades, un chico pobre no tenía tampoco expectativas, igual que las mujeres, como se ha mencionado. Así, la creación artística necesita dinero, o sea, la independencia intelectual requiere de cosas materiales. Es por eso que se insiste tanto en la necesidad de dinero y un cuarto propio. Pero gracias a las mujeres que, con trabajo, fueron abriendo puertas, los males de las mujeres van en camino de mejorar. Pero ¿para qué escribir, si le es tan difícil a las mujeres? Pues por el propio placer, y en segundo término, porque siempre son deseables los buenos escritores. Porque poco a poco las mujeres van ganando terreno en gobernarse a sí mismas; y se debe seguir trabajando para que en el futuro eso crezca, y por las mujeres del pasado que abrieron brecha.

Referencia:

Wolf, Virginia (2007), Un cuarto propio; México: Colofón

1 comentario:

  1. interesante perspectiva sobre las "brujas" las Émily Brontës que no pudieron ser, y la reflexión sobre la independencia intelectual en función del bienestar económico. :) gracias!

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