jueves, 25 de noviembre de 2010

La imaginación es, simplemente, memoria. Tratad de imaginar algo que jamás hayáis observado, experimentad, oído o leído. Intentad concebir un animal, por ejemplo, sin cuerpo, sin cabeza, sin extremidades, sin cola…, una casa sin muros o techo. Cuando estamos despiertos, con ayuda de la voluntad y el razonamiento, podemos de algún modo controlar y dirigir; podemos elegir, seleccionar entre lo almacenado en la memoria, tomar lo que sirve, excluir, aunque a veces con dificultad, aquello  que no viene al caso; dormidos, nuestras fantasías “son nuestras herederas”.

Ambrose Bierce, en Visiones de la noche

martes, 2 de noviembre de 2010

Acerca de El Pensamiento Homosexual, de Monique Witting

Ser o no ser… ¿mujer?

Desde hace muchos años, las teorías en torno a la identidad sexual de las personas han demostrado que no todo es tan simple como dividir entre hombres y mujeres, identificándolos sólo por los órganos sexuales que cada uno posee. No más el mito del andrógino primordial, donde cada ser humano estaba compuesto por un lado femenino y uno masculino, y al ser separados buscaron eternamente su complemento; aunque este mito no excluía la posibilidad de que el ser humano estuviera formado por dos lados masculinos o dos femeninos. De hecho, Platón, en voz de Aristófanes, dice:

Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos, que se llaman andróginos, aman a las mujeres […] así como también las mujeres que aman a los hombres […]. Pero las mujeres que provienen de la separación de mujeres primitivas, no les llaman la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribades (Platón, 2003, p. 145).

            Y claro, de la unión masculina homosexual, la opinión de los griegos dista de lo que la cultura actual piensa

Del mismo modo, los hombres que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino. Mientras son jóvenes, aman a los hombres; se complacen en dormir con ellos y estar en sus brazos; son los primeros entre los adolescentes y los adultos, como que son de una naturaleza mucho más varonil. Sin razón se les echa en cara que viven sin pudor, porque no es la falta de éste lo que les hace obrar así, sino que dotados de alma fuerte, valor varonil y carácter viril, buscan a sus semejantes; y la prueba es que con el tiempo son más aptos que los demás para servir al Estado (Platón, 2003, p. 145).

¿Por qué será que no se piensa lo mismo de las uniones lésbicas? Debe ser porque además de cargar con el estigma de la lesbiandad, cargan con el de ser mujeres. Ahora, definir a una mujer o a un hombre, más allá de la fisiología o la anatomía de cada uno, no es una tarea simple. Miramos en televisión o a nuestro alrededor casos de personas que desean cambiar de sexo, que gustan de asumir el rol del sexo contrario, que gustan de personas de su mismo sexo, o que disfrutan la compañía sexual de ambos. Qué difícil debe ser, por ejemplo, nacer con un sexo, desear otro y gustar de personas del sexo contrario.

Incluso las mismas mujeres que se asumen como tales ya se preguntan cosas como ¿qué debo hacer para conservar la feminidad, pero asumiendo un rol de igualdad con los hombres? O ¿en verdad debo conservar la feminidad si quiero asumir el rol de los hombres? Mejor: ¿qué es ser femenino y qué es ser masculino? Pero ¿Y la homosexualidad? ¿Necesita una distinción aparte? ¿las mujeres que gustan de la compañía sexual de otras mujeres siguen siendo mujeres? ¿Y los hombres que gustan de otros hombres son menos hombres?  Monique Witting plantea esto precisamente en su libro El Pensamiento Heterosexual.

Si los hombres que disfrutan y desean la compañía de otros hombres fueran menos hombres por esto, toda la Filosofía y el pensamiento occidental estarían basados en las ideas de un grupo de “menos hombres”, pues ya decía el mismo Platón, siguiendo a su maestro Sócrates e influenciando después la obra de Aristóteles que el amor más puro se realiza solamente en compañía de un chico y no de una mujer. Y pese al prestigio del que gozaba la mayor parte de estos pensadores, no pasó lo mismo con la legendaria Safo, quien, presa de las burlas públicas y de algún desengaño amoroso terminó sus días por sí misma en un simbólico precipicio.

Quizá Safo necesitaba conocer la principal tesis de Monique: “Sería impropio decir que las lesbianas viven, se asocian, hacen el amor con mujeres porque la mujer no tiene sentido más que en los sistemas heterosexuales de pensamiento y en los sistemas económicos heterosexuales. Las lesbianas no son mujeres”. Si lo hubiera hecho, quizás se habría resuelto ella misma, más allá del conflicto. Quizá hubiéramos tenido más de su poesía. Si a principios del cristianismo se hubiera defendido esta tesis, la sabia Hipatia no hubiera muerto a manos de una muchedumbre que alegaba que su rol de sapientísima filósofa atentaba contra las buenas costumbres del resto de las mujeres, que ya por ese entonces comenzaban a padecer duramente la dominación del sistema judeocristiano. Quizá muchas mujeres hubieran podido hacer alusión a esa declaración para evitar ser maltratadas por el simple hecho de ser mujeres.

O sea que, si las mujeres pudieran ostentarse a sí mismas como tales, sin conflictos de rol ni de género, probablemente no habría tantas mujeres padeciendo maltrato. Pero Monique no trata de promover esto. Simone de Beauvoir ya había esbozado, mucho antes, una teoría feminista en busca de la igualdad. Virginia Wolf también había hecho cuestionamientos importantes al respecto de la falta de igualdad en términos de educación académica para las mujeres.

No, más bien, Monique Witting propone desaparecer las categorías hombre-mujer, porque de conservarlas, el pensamiento heterosexual seguiría manifiesto, oprimiendo como siempre a la homosexualidad y a la lesbiandad. Sin embargo, me gustaría preguntarle a Monique si ser mujer es posible únicamente al pensarse en relación con el mundo masculino. No creo que así deba ser. La lucha de género lleva mucho tiempo peleando contra esto. Porque para los hombres no pasa así. Ellos son hombres en sí y nada más. No necesitan a la mujer para hacerse valer como seres masculinos.

De aquí la teoría Queer, donde “que la orientación sexual y la identidad sexual o de género de las personas son el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esenciales o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales”. Es lo mejor que hay hasta ahora en cuestión de búsqueda de una nueva definición de la diversidad sexual. Y es una explicación de porqué a las personas les cuesta tanto trabajo asumirse fuera de sus roles, y al hacerlo, caen en un enorme conflicto interno y social.

En conclusión, es difícil determinar qué es lo femenino y qué lo masculino. Es más difícil pensar la lesbiandad y la homosexualidad fuera de estos márgenes. Pero el paso dado por Monique y otros teóricos del género y la homosexualidad definitivamente tiene que ser definitorio del próximo rumbo a seguir, que será, sin duda, un intento por cambiar la visión heterosexual del cosmos.

Bibliografía
Beauvoir, S (1999). El Segundo Sexo. México: Alianza Editorial.
Duby, G y Perrot, M. (2001), Historia de las mujeres, El siglo XX. España: Taurus.
Platón (2003), Diálogos II, México: Grupo Editorial Tomo.
Witting, M  (s/f). El Pensamiento Heterosexual.

La identidad personal: desde lo público y lo privado

Este texto es parte de un proceso de análisis que he llevado a cabo desde que ingresé a la Licenciatura en Psicología (BUAP). De la mano, hay también reflexiones que se han ido formando a la luz de los contenidos de la Maestría en Desarrollo Humano y Educativo (UPAEP). Tienen que ver con la formación de la personalidad de un individuo y la importancia de los procesos que intervienen en este fenómeno.


A continuación, se hablará de la conformación de la identidad personal a partir de la distinción de la propia corporeidad, en particular, desde los conceptos de partes públicas y partes privadas del cuerpo humano, esto con el fin de mostrar la importancia que tiene este tema para propiciar un desarrollo armonioso del niño pequeño.
1.     Distinción entre el concepto de público y privado en el cuerpo humano.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (en línea) define el concepto público como: “Notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos”. En este sentido, lo que está frente a l público es lo que, culturalmente, no tiene ni genera ningún conflicto al ser mostrado. Es más, está ahí para que todos lo vean y lo identifiquen. De esta manera, al hacer referencia en este trabajo a las partes públicas y privadas del cuerpo de un niño, se está haciendo alusión a todas aquellas partes del cuerpo de una persona que pueden estar expuestas a los demás sin que por eso exista alguna incomodidad por parte de la persona que las muestra o de las que lo observan. Por ejemplo, un niño o una niña pueden ir a nadar y usar un traje de baño, del cual quedarán expuestas, por supuesto, ambas extremidades, inferiores y superiores, torso (o parte de él, en el caso de las niñas), cabeza, manos y pies.

Por otra parte, la RAE define lo privado como: “Particular y personal de cada individuo”. Ya sea que esta cuestión se refiera a partes del cuerpo, pensamientos, ideas, propiedades o cosas, el concepto indica la idea de que existen objetos cuyo uso y acceso se restringe solamente al uso personal y exclusivo de su propietario. La RAE menciona también: ”Que se ejecuta a vista de pocos, familiar y domésticamente, sin formalidad ni ceremonia alguna”, es decir, en esta definición es posible apreciar que evidentemente, por razones socioculturales, hay cosas de la cotidianeidad que no es posible mostrar al público sin que existan problemas derivados de esto, por ejemplo, incomodidad, timidez, ofensa e incluso miedo. Y más, en lo que se refiere a las partes del cuerpo.

Pese a que el tabú del cuerpo obedece a razones culturales, es innegable que en gran parte de las culturas del mundo la zona de los genitales es la que más privada se vuelve frente a los demás. No importa si es cubierta con un taparrabo o con una gran cantidad de tela, esta es una zona que debe estar bajo cubierto. A pesar de que existen otras partes del cuerpo que pueden tener, sobre ellas, cierto tipo de tabú en diferentes sociedades, la reacción universal con respecto a las partes involucradas en la reproducción está por completo relacionada con los conceptos de privacidad o intimidad.

2.     La conformación de la identidad personal desde los conceptos público y privado en el cuerpo humano.
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Es un hecho comprobado que el hombre no es un ser humano completo e integrado si no está en relación con otros. De hecho, desde la Filosofía, el concepto de ser humano involucra, precisamente, su comunión con los demás: “Podremos aproximarnos a la respuesta de la pregunta ‘¿Qué es el hombre?’ si acertamos a comprenderlo como el ser en cuya dialógica, en cuyo ‘estar-dos-en-recíproca-presencia’ se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del ‘uno’ con el ‘otro’” (Buber, 1985, p. 150). Así, la gestión de la identidad, como se verá más adelante, tiene una parte importante en la que se desarrolla en la interrelación con los otros.

Pero antes de iniciar su aproximación a los demás, o al menos, de la mano con este proceso, el ser humano tiene que afianzar primero lo que le concierne a él como individuo, tiene que delimitarse y estrechar sus propios límites, para poder iniciarse en el reconocimiento de los demás. Es por esto que es necesario que, en la construcción de su identidad, el hombre involucre en esta búsqueda, no solamente lo que atañe al espíritu y al pensamiento sino, desde luego, lo que implica al propio cuerpo, pues es imposible pensar en un individuo si este no está inicialmente delimitado por su corporeidad.

Es, además, la existencia de “otros” lo que supone la internalización de lo que “uno mismo”. Esto es importante, pues, en gran medida, un sujeto se identifica a sí mismo en función de las opiniones de los otros acerca de él que este sujeto internaliza. De esta forma, la construcción de la identidad es un proceso en el cual el individuo debe poder funcionar eficientemente con ayuda, prácticamente, de los demás (Larrain, 2001, p. 6). Acerca de esto, Erikson expresaba esta idea diciendo que en el proceso de identificación "el individuo se juzga a sí mismo a la luz de lo que percibe como la manera en que los otros lo juzgan a él" (en Papalia, 2010).

En este sentido, la determinación de la identidad de una persona se comienza a formar, según diversos autores, aproximadamente, a la edad de tres años. De acuerdo con Freud, es en este momento que los niños pequeños comienzan a atravesar la etapa fálica, en la que son conscientes ya de su individualidad, para entonces, poder comenzar la identificación con su padre o madre, según sea el caso, si se trata de un niño o una niña. Es el momento en que la formación del “yo” es esencial, pues es lo que debe “manejar” las relaciones entre los restantes estratos de la personalidad y el medio, apoyándose en los mecanismos de defensa (Domínguez, 2008, p. 78).

Por otra parte, y desde Erikson, los niños de tres años ya han desarrollado la suficiente autonomía y autosuficiencia como para poder interactuar con otros y ver al yo como una persona con derecho propio, separado de los padres, pero dependiente de ellos aún. Es el momento adecuado para que el niño aprenda la manifestación y la importancia de decir Sí o No. La voluntad y la confianza comienzan a desarrollarse y es de extrema importancia que el ambiente en el que se desarrollan en este momento les ayude a conformar estos aspectos.

Por otra parte, desde Piaget, la formación del niño alrededor de esta etapa es revelada por ciertos indicadores, tales como el hecho de que el niño es capaz ya de representarse mentalmente diversas situaciones, personas y lugares. El juego imaginativo es muy importante en esta etapa y aunque el pensamiento todavía no es lógico, ya comienza a haber representaciones simbólicas importantes (Papalia, 2010, p. 27).

Dentro de estas representaciones mentales, entran las que corresponden al nombramiento de objetos cercanos al niño, incluso personales, como son las partes de su cuerpo. Pero además, ya que el niño comienza a hacer representaciones simbólicas, es también momento para enseñarle que algunas partes de su cuerpo “significan” y “simbolizan” más de lo que son o de lo que se ve. Por ejemplo, sus manos son para tomar las cosas, sus piernas para caminar, su pene para orinar, pero su cabeza es “para pensar”, sus nalgas para sentarse, y al respecto, su pene y sus testículos (o vagina, en el caso) implican también que le pertenecen sólo a él. No más que las otras partes de su cuerpo, finalmente, todo es “suyo”, pero en el caso de los genitales, éstos le son todavía más personales puesto que, mientras que puede darle la mano a otra persona, no puede ni debe hacer lo mismo con sus partes privadas. Esta enseñanza implica que el niño haga una asociación de tipo simbólico, más que significativo.

Es por estas razones por las que es a la edad de tres años que la tarea de iniciar al niño en el reconocimiento absoluto de las partes de su cuerpo es fundamental para iniciarlo en la delimitación de su corporeidad. Posteriormente, y como resultado de esto, las cuestiones relacionadas con el auto-respeto, la autoestima, auto-confianza y el auto-concepto se podrán ir desprendiendo en el resto del proceso de enseñanza y el aprendizaje de la identidad propia.

Claro que todas las etapas del desarrollo de la vida de un ser humano son importantes. Sin embargo, cualquier alteración que ocurra en la etapa antes mencionada puede dejar secuelas y afectaciones que no sean fáciles de sanar con el tiempo. Es por eso que, más adelante, se hará hincapié en la importancia de evitar que algún suceso de carácter violento, en especial de carácter sexual, altere el curso natural del desarrollo de un infante.

De acuerdo a Honneth (1997, p. 77), el auto-reconocimiento que hace posible la identidad se manifiesta en tres aspectos importantes: autoconfianza, auto-respeto y autoestima. Por supuesto, el desarrollo de estas formas de relación con el “sí mismo” para cualquier individuo, depende esencialmente de haber experimentado el reconocimiento de otros, a quienes el también reconoce, todo esto, en la interrelación. Es decir, la cimentación de la identidad es un proceso intersubjetivo de reconocimiento mutuo:

La confianza en sí mismo surge en el niño en la medida en que la expresión de sus necesidades encuentra una respuesta positiva de amor y cuidado de parte de los otros a su cargo. De igual manera, el respecto de sí mismo de una persona depende de que otros respeten su dignidad humana y, por lo tanto, los derechos que acompañan esa dignidad. Por último, la autoestima puede existir sólo en la medida que los otros reconozcan el aporte de una persona como valioso. En suma, una identidad bien integrada depende de tres formas de reconocimiento: amor o preocupación por la persona, respeto a sus derechos y estima por su contribución. (Larrain, 2001, p. 7)

De aquí que sea tan importante inculcar en el menor todas estas nociones de autoconfianza, auto-respeto y autoestima, para que, posteriormente, pueda exigir a su entorno el respeto y cuidado que necesita como individuo, todo lo anterior con el fin de generar una identidad sana y firme. Pero más allá de las ideas y conceptos que se inculquen a un niño conforme se va desarrollando, es muy importante que el abordaje inicial de las nociones de respeto se haga a partir de la corporalidad del niño. Y para lograr este propósito, es necesario que desde la educación, ya sea la que se proporciona en casa o en una escuela, se preparen estrategias, desde las cuales se pueda iniciar el proceso educativo que permitirá a los niños comenzar a recorrer el camino de una educación sexual que le favorezca y le permita desarrollarse armoniosamente:

Todo niño nace con una diferenciación biológica establecida en relación al sexo (exceptuando los casos de malformaciones congénitas) y sobre la base de estas diferencias y semejanzas corporales construye todo su conocimiento acerca del propio sexo y de su relación con el otro sexo. El desarrollo de las diferencias sexuales en la conducta humana, están condicionadas por complejas interacciones entre factores genéticos, hormonales y ambientales (Educación sexual en niños preescolares, en línea)