lunes, 14 de septiembre de 2009

Imágenes para propaganda

A propósito del Día de la Independencia en México, cualquiera que haya pasado por una escuela primaria sabe (o debería saber) que la madrugada del Grito, con el que el cura Hidalgo llama al pueblo de Dolores para comenzar la lucha insurgente, luego de tocar la campana del templo, el cura enarbola un estandarte con el que incita a las personas que acudieron a su llamado a iniciar la batalla. Ese estandarte tenía la imagen de la Virgen de Guadalupe, que hasta la fecha, simboliza la religión en México.
Sin embargo, seguramente no muchos se preguntarán que significaba en verdad ese estandarte en manos de un personaje como Hidalgo. En México, la gente no suele pensar en la personalidad de sus héroes patrios. ¿Quién era Miguel Hidalgo? Pues en la historia oficial, era un sacerdote católico, que oficiaba misa en un pueblito, y que un buen día decide que ya han sido demasiados años de gobierno español y que es hora de que el país se gobierne en forma independiente a aquel país europeo.
Pero es obvio que no es posible pensar en Hidalgo de esta manera que sirve únicamente para enseñar historia a niños de primaria, y eso, de manera un tanto deficiente. Si se piensa que, en realidad Hidalgo era librepensador, un ávido lector de la corriente europea ilustrada, que incluso gustaba del alcohol, el juego y las mujeres, es claro que la imagen del sacerdote común y corriente, preocupado por la formación espiritual de su grey, se difumina y desaparece.
De la misma manera, no es posible pensar que la idea de Hidalgo de tomar un estandarte con la imagen de la Virgen de Guadalupe obedeció a un sentir religioso. Más bien, visionario como los demás insurgentes de su época, conocía el significado y el sentido de esta imagen. Pero, al igual que la iglesia bajo la cual ejercía su sacerdocio, era consciente también del poder enorme de convocatoria que tienen las imágenes. No hay que olvidar que desde siempre, y más en la Edad Media y el Barroco, la propaganda favorita de la Iglesia Católica no fureron el sermón y ni la predicación, sino las imágenes. Así, dicho estandarte fue un gancho de pesca muy efectivo.
La pregunta ahora es: ¿cuál es el gancho de pesca que en la actualidad puede arrastrar a la gente a moverse de la misma forma en que se movió en aquella época? ¿o acaso, con tantas imágenes como hay ahora, ya ninguna puede lograr lo que hizo el estandarte de Hidalgo? ¿O será más bien que la única movilidad posible de lograr actualmente son las visitas al Ángel de la Independencia en el D.F., o al monumento a la Revolución para bailar Thriller?

martes, 8 de septiembre de 2009

Un cuento: Una tarde para Rapunzel

Rapunzel esperaba todos los días en su balcón a que su príncipe llegara. Un día, en medio de la espera, Rapunzel observó su largo cabello y descubrió horrorizada que tenía orzuela. ¿Cómo iba a recibir así al príncipe? Y ni pensar en recortarlo, porque entonces el príncipe tendría que esforzarse mucho más en alcanzar la mata de pelo para subir. Así que la princesa rezó para que el príncipe no se diera cuenta. Y el príncipe por fín llegó. En efecto, no se dió cuenta de que Rapunzel tenía orzuela. Tampoco se fijó en el lindo vestido que traía, el cual ella elegía diariamente, con mucho cuidado y esmero.
Y tampoco se fijó en los detalles del cuarto de Rapunzel: velas aromáticas, flores y manualidades hechas por ella misma para pasar el tiempo de la espera. De hecho, el príncipe habló toda la tarde de los dragones a  los que había matado, de las batallas que había peleado, de los ogros que había derrotado, de los caballeros a los que había retado, y de muchas otras cosas más. Quedó de acuerdo con Rapunzel en que volvería por ella al día siguiente, con una escalera de mano para poder bajar del balcón con ella, pues por el momento, el único recurso para llegar al balcón de la torre era el cabello larguísimo de Rapunzel, y obviamente, ella no podía bajar por ahí. Así que el príncipe se fue.
A la mañana siguiente, muy temprano, Rapunzel se miró al espejo, miró la orzuela de su cabello y se quedó pensando un rato. La noche anterior había hecho una larga consulta con la almohada y ahora había tomado una decisión. Tomó unas tijeras y recortó su cabello. Pero no sólo quitó la orzuela. Se cortó el cabello hasta dejárselo a la cintura.
Por supuesto, esa tarde el príncipe no pudo trepar hasta la ventana de Rapunzel. Y ella ni siquiera se asomó al balcón. De hecho, ella pasó toda esa tarde mimándose, haciéndose un spa, leyendo, recortando recetas de belleza y viendo televisión.